He comenzado este libro. Sólo puedo escribir las últimas palabras del prólogo de Jacinto Antón:
Deja tu hogar, oh joven, y busca costas extranjeras. Adelante pues no ha pasado el tiempo de los regalos, los chicos no han crecido, la nieve no se ha fundido -ni siquiera allá arriba en el Soracte- y los amigos no han muerto, ni morirán nunca mientras dure su recuerdo en nosotros.
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